3/25/2008

EVOLUCIÓN DEL CONCEPTO DE TRABAJO


Es interesante tener la visión del trabajo y empleo desde el punto de vista antropológico para lo cual cito a Armando Álvarez Lugo que en su artículo “TRABAJO Y MUNDIALIZACIÓN, UNA MIRADA DESDE LA ANTROPOLOGÍA” aparecido en la revista Ciencias Sociales Online, Noviembre 2006, Vol. III, No. 3. de la Universidad de Viña del Mar.


“La evolución del trabajo y su significación ha cambiado a lo largo de la historia de la humanidad. Desde las sociedades no estructuradas por el trabajo, hasta en la sociedad industrializada donde el trabajo se convierte en un eje nuclear para la estructuración social. En las primeras, como las sociedades anteriores al capitalismo, donde el trabajo tiene una significación que no es asimilable al concepto actual, en tanto que el mismo se realiza, no sólo en función de la reproducción para la subsistencia o para el intercambio, sino que se efectúa en el marco de un sistema de representaciones que refuerza la identidad grupal en torno a valores que trasciende el acto económico tal como se conoce en las sociedades actuales. En estas sociedades el trabajo es una actividad asociada a la supervivencia, no existe en ellas una distinción como en la sociedad industrial entre el tiempo de trabajo y tiempo libre, por ello: “El trabajo en las sociedades preeconómicas presenta tres características:
primero, se acomete para ser visto por los demás, es una suerte de competición lúdica, de juego social... segundo, ni la satisfacción de las necesidades, ni el ánimo de acopio son primordiales... por ultimo el trabajo se rige por lógicas sagradas y sociales” (Meda:1998, p.31).”

más adelante en su artículo Alvarez señala:”Será a finales de la Edad Media cuando comienza a prefigurarse una nueva concepción del trabajo. Se produce una revalorización del trabajo como resultado del desarrollo de una concepción que potencia el esfuerzo productivo y la idea de la utilidad común, premisas que sustentan la nueva consideración del trabajo. A partir de los postulados del calvinismo y el luteranismo, se presenta el trabajo como una actividad naturalizada, y un instrumento eficaz para combatir el ocio y la tentaciones, no obstante aún tiene un significado de penitencia, se condena toda actividad que tenga como orientación el lucro y el comercio.

Es decir, el sentido cristiano, fundamentalmente Lutero y Clavino, teólogos protestantes, valoran el trabajo como una forma lícita de obtener una renta y manifestó cierta hostilidad hacia los ingresos no justificados en una labor personal. Tanto en Lutero como en Calvino, el trabajo es concebido como:
a) una forma de alcanzar la gracia y ratificar la condición de elegido
b) una forma de incrementar la grandeza de Dios
c) como el esfuerzo más viable para lograr el éxito y
d) la forma de ganarse el sustento. Al respecto, Weber (1979) identifica las conexiones entre las ideas religiosas del protestantismo ascético con el desarrollo de las actividades económicas del capitalismo. Recurriendo a los escritos teológicos de la época evidencia que la ética protestante implica una nueva visión de la relación entre lo espiritual y lo material que supone la superación de las concepciones medievales del cristianismo con relación al trabajo, donde éste es valorado negativamente, a tal punto que es considerado como pena divina. De allí que el protestantismo insista en la predicación a favor del trabajo tanto corporal como espiritual, de allí que conciba el trabajo como un fin absoluto y asuma que “La riqueza es reprobable sólo en cuanto incita a la pobreza corrompida y al goce sensual de la vida, y el deseo de enriquecerse sólo es malo cuando tiene por fin asegurarse una vida despreocupada y cómoda y el goce de todos los placeres; pero, como ejercicio del deber profesional, no sólo es éticamente lícito, sino que constituye un precepto obligatorio” (Weber:1979, p.225).

En resumen, antes del siglo XVIII el trabajo tenía diversas acepciones entre las que podemos citar: a) el trabajo como una variedad de actividades destinadas en su mayor parte a satisfacer las necesidades;
b) el trabajo como una actividad vinculada a lo inmoral o pecaminoso; c) el trabajo como actividad oprobiosa
d) el trabajo como actividad desvinculada de la producción de la riqueza, en tanto que ésta procede de la naturaleza o de Dios.
e) El trabajo como precepto divino.

EL CONCEPTO DEL TRABAJO EN LA MODERNIDAD

El siglo XVIII y XIX son escenarios de profundos debates como producto de las transformaciones que, en el plano económico, tecnológico y social, llevan a repensar el conjunto de conceptos sobre los que se fundamentó el discurso social, lo cual se expresa en la caducidad del antiguo régimen, el ascenso de la burguesía al poder, el nacimiento de liberalismo político y económico y el desarrollo de la economía capitalista.

Con el pensamiento moderno se desarrolla una concepción diferente del trabajo, aparece como una noción medular del modelo tecnoproductivo, se desarrolla el trabajo como una actividad abstracta, indiferenciada, justificadora de la desigualdad como expresión de la división del trabajo. Se desarrolla una nueva forma de comprender y explicar la naturaleza de las cosas.

El trabajo surge no sólo como fuente de toda riqueza, sino que aparece como una actividad intrínseca al ser humano, y lo es en tal grado que, hasta cierto punto, el trabajo ha creado al propio hombre (Engels, 1980). Esta premisa constituye el marco referencial para el análisis sobre el papel del trabajo y las transformaciones que ha experimentado, en un esfuerzo de conceptualizarlo en el actual contexto históricosocial. En este sentido, “Lo que nosotros llamamos trabajo es una invención de la modernidad. La forma en que lo conocemos, lo practicamos y lo situamos en el centro de la vida individual y social y fue inventado y luego generalizado con el industrialismo” (Gorz: 1997, p.25).

En definitiva, como el centro y fundamento del vínculo social. De allí que la emergencia, en el siglo XVIII del trabajo, como fuente de la riqueza y de las necesidades, como finalidad de la riqueza producida, y como expresión de la racionalidad productiva en proceso de expansión y consolidación, trastoca todo el pensamiento dominante.

Para los trabajadores industriales, esta revolución significó cambios radicales en su propia forma de vida, ya que entre otras cosas, supuso por primera vez una separación completa entre los medios de producción y los trabajadores, quienes son sustituidos como ejes centrales del proceso productivo.

Por estas razones, “el trabajo es una de las dimensiones nucleares tanto desde el punto de vista antropológico, como desde la perspectiva de evolución de la civilización.
El hombre ha podido ser definido como el ser que trabaja; y mediante el despliegue de su capacidad productiva ha creado un universo de nuevas realidades y objetos materiales que ha ido perfeccionando a lo largo de la historia” (Tezanos:2001, p.11).

Diversos autores (Meda,1998; De la Garza, 2000; Applebaum,1992; Gorz, 1995), coinciden que en el siglo XIX el trabajo asalariado se convirtió en el paradigma de la actividad creadora, transformándose el significado del mismo en correspondencia con los cambios que se producen en cuanto a la concepción del mundo y del conocimiento que modifican las condiciones reales del trabajo. Se produce un cambio conceptual, se percibe el trabajo como un medio para alcanzar mayores niveles de bienestar, percepción que se apoya en los avances técnicos-científicos que se alcanzan en este período y que fortalecen la actividad económica.

Por otra parte, Marx establece una diferencia entre el verdadero trabajo, como esencia del hombre y el trabajo real, que no es más que una de sus formas alienadas. Asume que el trabajo está vinculado a la racionalidad del capital, por ende a la naturaleza del mismo, aseverando que en el capitalismo industrial tiene una connotación deshumanizante de la condición humana, al ponerse al servicio del capital, afirmando que en el curso de la historia el hombre es enajenado de su vida productiva y sus productos. La deshumanización de la actividad laboral en la sociedad capitalista, donde tiene su origen el desarrollo de la división social del trabajo, da lugar a un proceso histórico de expropiación de los productores del control de los medios de producción, de allí que la clase obrera ocupe un papel de primer orden en la construcción de una sociedad alternativa capaz de racionalizar el proceso de producción, en la cual éste asuma la condición de sujeto histórico-universal. Por ello, “para el capitalismo resulta esencial que el control del proceso de trabajo pase de las manos del trabajador a las suyas. Esta transformación se presenta en la historia como la progresiva enajenación del proceso de producción al trabajador, (Braverman: 1976, p.54).

EL TRABAJO EN EL SIGLO XX
El progreso industrial de las primeras décadas del siglo XX posibilitó el desarrollo de un importante y masivo movimiento obrero que denunciaba, la situación de explotación a que estaban sometidos, como consecuencia de la concentración de la producción orientadas por el modelo industrialista expansivo y la lógica inherente al modelo de funcionamiento del capitalismo, en consecuencia parafraseando a Marx la sociedad se polariza en dos clases: la propietaria de los medios de producción y una clase trabajadora en constante crecimiento, poseedora de la fuerza de trabajo.


La dinámica del desenvolvimiento del capitalismo da origen a principios del siglo XX al fordismo y el taylorismo. En este sentido, Harvey (1998) ubica 1914 como la fecha simbólica del inicio del Fordismo, cuando Henry Ford introdujo la jornada de cinco dólares y ocho horas para recompensar a los trabajadores que habían armado la línea de montaje en cadena de piezas de automóvil, inaugurada el año anterior en Derborn (Michigan), cuyo objetivo primordial consistía en elevar la productividad del trabajo y por consiguiente la tasa de ganancia, sobre la base del control de la mano de obra bajo los principios de tiempo y movimiento. Es decir, el capital busca un mejor control sobre el proceso de trabajo impulsado por la introducción de nuevas tecnologías, la centralización del capital y producción y la profundización de la división social del trabajo sustentada en la especialización.


A ello se suma los planteamientos de F. W. Taylor desarrollados en The principles of cientific magnament, publicada en 1911, la cual tuvo una notable influencia en ese periodo, por cuanto aborda el problema de la productividad del trabajo y los métodos que permitirían su incremento. Para ello propone dividir cada proceso de trabajo en movimientos parciales y organiza las tareas fragmentarias de acuerdo con pautas rigurosas de tiempo y con el estudio del movimiento. Con ello, se constituye la forma de organización de la producción y el trabajo que dominaron buena parte del siglo XX hasta su agotamiento y decadencia a finales de la década de los años de 1970. Se puede señalar que la articulación orgánica entre maquinismo, taylorismo, fordismo y kenesianismo son los elementos que definieron la expansión económica propia del capitalismo contemporáneo. Por consiguiente, el fordismo fue la modalidad de acumulación que asumió el capitalismo desde finales de la primera década del siglo XX y a la que le correspondió las formas de organización del trabajo sustentado en la gran industria, en la compraventa de la fuerza de trabajo y el control sobre el proceso laboral y los medios de producción. Hacia los años 70 esto cambia y se inicia un proceso de reestructuración como consecuencia de la crisis que se producen en el seno del modo de acumulación capitalista, que se expresa en las diferentes formas que asume el proceso de trabajo y la organización de la producción y la reestructuración que experimenta el mercado laboral con el desarrollo del nuevo patrón de acumulación flexible que ha posibilitado cambios en la organización industrial que caracteriza las dos últimas décadas del siglo XX (Harvey, 1989). Las manifestaciones más importantes son: deterioro de las condiciones de trabajo, disminución del volumen del empleo, precarización del trabajo y por consiguiente la disminución del salario real y deterioro de las condiciones de reproducción de la fuerza laboral.
En este sentido, se afirma que la reestructuración capitalista ha significado dos tipos de cambios: por un lado, en cuanto al trabajo formal, la introducción de nuevas tecnologías, nuevas formas de organización del trabajo, la flexibilidad interna y cambios de calificaciones; y, por otro lado, significó la precarización de una parte del mercado de trabajo, incrementándose el empleo informal y subcontrataciones, y por consiguiente, incidiendo en las experiencias del trabajo y en la conformación de nuevas percepciones e identidades sobre el mismo ( De la Garza, 2000). A partir de este periodo comienza a experimentarse el agotamiento del régimen de acumulación predominante en el sistema capitalista, el cual se manifiesta en el inicio del ciclo depresivo, estancamiento de la producción, incremento del desempleo, expansión de la economía informal, polarización de la pobreza y riqueza en los niveles locales, regionales e internacionales, relocalización de los aparatos productivos y la gran volatilidad de los circuitos monetarios y financieros. Frente a ello, se instrumentan un conjunto de acciones y estrategias para la supervivencia. Se conforman nuevos patrones tecno-productivos alrededor de las nuevas tecnologías, donde se altera la relación de los individuos con la tarea, que ya no es el contacto físico directo con el objeto de la tarea sino que es una relación mediado por instrumentos como el ordenador, por consiguiente se produce una disminución del trabajo físico-manual privilegiándose el desarrollo de habilidades de carácter más abstracto y cognitivo, y con ello nuevas formas de estructurar la organización societaria sustentada en una alta concentración y centralización del capital (De la Torre A y Conde J, 1998).


La influencia de lo financiero se hace presente con la desregularización de principios de los años ochenta, abriendo el espacio mundial sin restricciones a los movimientos de capital, mientras que el ordenador se convierte en un instrumento de concentración y tratamiento de lo inmaterial, estimulándose la especialización de la economía, reduciéndose el papel del estado (fundado en el neoliberalismo que se constituye en el paradigma dominante de la política económica a partir de los ochenta), coexistiendo las formas tradicionales heredadas del industrialismo y los nuevos mecanismos electrónicos que se imponen en los sistemas de producción y de trabajo. Estas transformaciones se producen en el marco de profundas contradicciones, que nos remite a ese mundo dual, contradictorio donde coexiste lo viejo y lo emergente, donde la globalización y la segmentación de los mercados, y los nuevos medios técnicos y organizativos condicionan los procesos de representación del tejido social de la contemporaneidad.


Las interacciones culturales en la actualidad son muy intensas, debido al proceso globalizador. La transnacionalización de la economía, de la cultura, de las formas políticas otorga en estos momentos nuevos sentidos a tales dimensiones. La intensificación de las comunicaciones crea un ritmo más acelerado del flujo de interconexiones entre lo local y lo global (García, 1992). Paralelo a este fenómeno también se ha intensificado las tensiones como consecuencias del incremento de los flujos migratorios fortaleciéndose las tendencias xenófobas preexistentes en los estados nacionales.


De manera que la conformación de nuevos patrones tecnoproductivos basados en la utilización de las nuevas tecnologías de la información no sólo ha transformado radicalmente el mundo de la cultura, sino también el mundo de las finanzas, la producción, el comercio y la política nacional. Estos cambios sirven de marco contextual a la discusión sobre el papel que tiene la reorganización laboral en la disminución de la importancia del trabajo no calificado en la sociedad y las dificultades que supone para la reinserción de los desempleados en la esfera productiva, cuestión que también afecta a las relaciones familiares y sociales. La reorganización del trabajo es una de las principales vías por las que la economía global causa impacto en las culturas del trabajo, en tanto que el mercado mundial plantea una serie de exigencias vinculadas no sólo a reducir los costos de producción, para poder enfrentar la intensa competencia y la apertura de las economías, sino a la necesidad de producir respuestas como consecuencia de los constantes cambios en la demanda, por ello se trata de formar culturas del trabajo que tomen en consideración la flexibilidad, la lógica mercantil, la competencia, la excelencia y la orientación hacia el cliente (Reygadas, 2002).”

1 comentario:

Pablito Layeon dijo...

shiia el loco de la foto esta cultivando de la wena!!!